lunes, marzo 06, 2006

La prehistoria de Insanity Wave - Por Colman

Debía ser alrededor de 1988, cuando un buen día le comuniqué a mi hermano en el pasillo de casa de mis padres de manera solemne que: “Voy a montar una banda de r´n´r´”. Mi hermano me miró con cara de estupor –sobretodo porque no era precisamente Joe Satriani a la guitarra en aquellos tiempos- y debió pensar: “Otra chaladura de mi hermano”. Podía haber decidido ser notario, registrador de la propiedad o haberme postulado como hijo adoptivo de Hugh Heffner y seguramente me habría ido mejor… pero por aquel entonces el virus del r´n´r había entrado en mi cuerpo para quedarse. Concienzudas lecturas de la revista Ruta 66, demasiadas horas pasadas en los bares de Malasaña, buenos conciertos (New Christs, Del-Lords, Naked Prey, Los Del-Tonos, Died Pretty, Sex museum,etc…) y la escucha desde los clásicos (Neil Young, Rolling Stones, Iggy & Stooges) hasta el incipiente movimiento “underground” norteamericano (Lemonheads, Pixies, Dinosaur Junior, Mudhoney) no habían sido en balde.

El primer problema que había que solucionar era que yo mismo no tenía mucha idea de tocar la guitarra. Había comprado una réplica de una Gibson Les Paul Sunburst por 14.000 ptas, y me dedicaba a aporrearla sin cesar. La guitarra era muy bonita, pero un verdadero cacho de madera, que encima tocaba sin afinar (posteriormente descubrí que el punto de afinación de la guitarra implicaba tocar con las cuerdas prácticamente destensadas). Pero eso no iba a suponer un problema, se trataba de encontrar otras almas gemelas que tuviesen algún instrumento musical rockero aunque no supieran tocarlo – ya aprenderían – para juntos compartir nuestro amor por el ruido.

Tocaba pues buscar compañeros de viaje y claro los primeros entre los que busqué fueron mis propios amigos. Algunos escucharon como predicaba las virtudes del r´n´r e incluso estuvieron a punto de adquirir un instrumento (Miguel Otamendi) o lo compraron y rápidamente lo revendieron (El pollo), pero en el último momento declinaron la invitación –y ahora se han convertido el personas decentes y responsable -. Otros, como sabían que arderían en el infierno igualmente, decidieron abrazar esta nueva religión que prometía ruido, cerveza y en lo más alto del olimpo hasta tías.

En este segundo grupo, estaban mis buenos amigos Ricardo Armesto, un hermano del metal reconvertido al rock underground y Santiago Pita un fan de los Ramones incluso antes de que los Ramones existiesen. Se necesitaba un cuarto miembro, para dar más empaque al grupo, después ya se decidiría que haría cada cual. Juan Corrales, tremendo aficionado a los Rolling Stones, amigo del Pollo, y con ciertas inclinaciones sin explorar hacia el mundo de la percusión fue el hombre elegido.

Este fue el embrión del grupo. Ahora había que repartir los papeles. Juan se compró una caja de batería, su correspondiente hi-hat y unos palos. Yo ya había comprado una nueva guitarra – una réplica Epiphone de la famosa Gibson SG de Angus Young – que con ayuda de un afinador ya sonaba algo. Juan había conseguido un bajo que le tocó primero a Ricky y luego pasó a Santi intercambiando a su vez entre ellos las tareas vocales. Ninguno sabíamos tocar, pero gracias a Dios existen grupos como los Ramones y la Velvet Underground a los que puedes emular por la sencillez de sus canciones y hacer algo parecido a música. De esta primera época data la primera “Freak actuación” de la banda -aún sin nombre-. Tuvo lugar en la habitación de Santi Pita en la casa de sus padres. Consistió íntegramente en versiones de los Ramones, aporreadas por mí a la guitarra, vapuleadas al bajo por Ricky y cantadas por Santi. El público: dos primas de Ricky que asistieron atónitas durante menos de media hora a aquel despliegue de energía juvenil. Afortunadamente las cámaras de video no eran entonces tan populares como ahora… Juan decidió no asistir porque jugaba el Madrid con el Osasuna. El Madrid perdió en casa 0-4. A pesar de ser del Madrid me alegré bastante.

Como mis padres siempre me dejaban sólo los fines de semana –bueno con mi hermano, que era como estar solo- mi cuarto en el quinto piso de una casa del céntrico barrio de Chamberí se convirtió en el improvisado local de ensayo. Allí teníamos todo lo necesario para triunfar, cervezas –que a la mañana siguiente yo tenía que esquivar por decenas- y un tocadiscos donde poner a los maestros – y seguir bebiendo cerveza -. Considerando que prácticamente no sabíamos tocar y que encima acabábamos tocando un tanto alegres jamás comprendí porque los vecinos no llamaron nunca a la policía. Llamaban por teléfono y no decían nada, así que siempre terminaba descolgando el teléfono. Para demostrar que efectivamente el ruido era considerable, una vez Ricky, Santi y yo decidimos ensayar un día de diario con mis padres presentes en el hogar familiar. Pusimos un colchón sobre la puerta –convencidos de que funcionaría como aislante sónico- y al grito de One, two, three, four!! atacamos una versión de Los Ramones. Lo siguiente fue ver a mi padre casi tirar la puerta abajo al grito de: ¡¡¡Colman hijo de puta!!!!

En esa época se incorporó al grupo otro compañero de colegio, cuyo alias era “El moro”, no se sabe si atraído por el cachondeo o por la “música”. Este muchacho era de los que había hecho un pacto con el diablo en un cruce de carreteras, bebía Jack Daniels a morro, se drogaba, tenía éxito con las tías (tratándolas a patadas)…y como no, quería ser el nuevo Dios de la guitarra. Él fue quien propuso que nos fuésemos a ensayar al garage de la casa de sus padres en Alcobendas alto (La Moraleja), lo que sin duda agradecieron mis vecinos. Quedábamos en la plaza del colegio con los trastos y el nos recogía en su flamante Citroen AX conduciéndonos a velocidad de vértigo a su casa. Como curiosidad en muchas ocasiones este “Fitipaldi” solía conducir con los pies por la carretera de Burgos…Juan no tardó en sacarse el carnet de conducir.

El grupo había hecho algunos progresos musicales y junto a versiones (Angry Samoans, Mudhoney y Beasts of Bourbon) también interpretaba repertorio original (Johnny J.D. y otros temas que nunca fueron grabados). Un par de actuaciones para los colegas tuvieron lugar en casa del moro y si era evidentemente que lentamente nos acercábamos a lo que la gente conoce popularmente como “música”, en este caso “música rock”, era también igualmente evidente que nuestro amigo “el moro” era capaz de crear tensiones ilimitadas, que incluían bonitas peleas con sus padres, y que básicamente tocaba para si mismo, poniendo el amplificador al 11 sin importarle mucho lo que tocásemos el resto.

Considerando que el grupo estaba maduro para enfrentarse al público de una sala de conciertos, lo que retrospectivamente mirado era francamente temerario, decidimos debutar. El lugar escogido fue “Al laboratorio”, garito ubicado en Malasaña que ha dado cobijo a montones de bandas noveles, y el nombre del grupo para la ocasión: “The Frydays”. El garito era y supongo que siendo francamente claustrofóbico, pero por lo menos tenía batería, amplificadores y batería bastante mejores que los que gastábamos por aquel entonces. Como curiosidad, no sólo fue nuestro debut, sino el de Juan con una batería completa –una con bombo -. Yo a día de hoy no se que hizo con el susodicho bombo, si lo tocó o no, si le dio de vez en cuando, lo que si recuerdo es que se enfrentó a la situación con mucha dignidad. Como había que vencer los nervios, nada mejor que como mandan los cánones, ponerse hasta las cejas en un bar cercano. Llegó la hora, el garito estaba llenó de nuestros colegas y al grito de Ángel Altolaguirre de: “¡Fridays a currar!” comenzó el espectáculo. Yo francamente tengo un recuerdo muy vago de que tocamos y de como sonó, pero no lo recuerdo como un concierto especialmente insufrible para el respetable. Ricky ejerció como cantante carismático, el moro montó su numerito de romper todas las cuerdas de la guitarra de mi hermano (delante de mi hermano…) y el resto sentimos lo que era por primera vez pisar un escenario.

Los cambios se avecinaban. Primero Juan se compró una batería completa (una batería que por cierto había pasado diez años a la intemperie en una terraza) y gracias a Juan nos mudamos a los locales de ensayo del Centro Cultural Galileo Galilei, que estaban francamente bien. Allí entramos en contacto con otros grupos (y escuchamos la intro de guitarra de “Sweet child of mine” más o menos un millón de veces). Seguidamente Santi abandonó el grupo, agobiado como estaba por sus numerosas actividades extra universitarias (Francés, Inglés, Balonmano y atender a su novia), dejándonos como legado el actual nombre del grupo: “Insanity Wave”. Yo ya le tenía echado el ojo al amigo Chema, también compañero de curso, que había militado en los “Trastero 23” y cuyas credenciales rockeras eran inmejorables: adicto a The Velvet Underground/Lou Reed y The Who. Entró a tocar el bajo, y un poco después debutamos con esta nueva formación (Ricky:voz/Juan:Batería/Chema:Bajo/El moro:guitarra solista/Colman: guitarra rítmica) en un antiguo burdel reconvertido en garito llamado “Ágora”. El local estaba regentado por una pareja de ancianos y ubicado en una calle paralela a la Gran Vía. Se movilizó al personal, que acudió en número apreciable y nos subimos a aquél mini-escenario de chapa reluciente capaz de provocarte la electrocución de tu vida. El concierto fue francamente desastroso, una cacofonía informe, aderezada por la “personal” voz de Ricky bajo el efecto de sustancias varias y por punzantes solos de “El moro” totalmente improvisados y totalmente infernales. Aún recuerdo las caras de sufrimiento de algunos de los presentes (especialmente de ellas) obligados como estaban a aguantar estoicamente lo que se les venía encima (Curiosamente alguna de esas personas jamás volvieron a ningún concierto y con esa impresión del grupo se han quedado..) Como el concierto se dividía en dos partes para favorecer el consumo de alcohol, al terminar la primera hubo una estampida general. Respecto a la segunda parte valga el dicho: “Segundas partes nunca fueron buenas”.

El desastre acaecido hizo que el grupo entrase en crisis y de la crisis vino el cambio. Primero yo pasé al bajo, porque las cosas como son, no tenía ningún sentido tener a Chema tocando el bajo cuando tocaba la guitarra bastante mejor que yo. Lo siguiente era de darle la patada en el culo al “Moro”, que aunque era dedicado, la verdad no había Dios que le aguantase. En cuanto por su vida dilapidada faltó un par de semanas fue despedido. Un soplo de aire de fresco recorrió el local y volvimos a descubrir que se podía disfrutar tocando música.

A todo esto, el grupo iba adquiriendo su propia personalidad y mejorando su pericia instrumental. Con la llegada del verano (del año 92) el Centro Cultural Galileo organizó una “batalla de bandas”. Momento adecuado para revelar al mundo los progresos que habíamos hecho. Aunque recuerdo alguna banda que tocaba mejor (unos que se llamaban “Grass”) nosotros teníamos “ideas” y material original y así lo demostramos. Entre el público estaba una periodista del País, Berta Herrera, que algún tiempo después, y aún sin tener contrato discográfico, publico en el País una columna de un concierto nuestro en Revolver, poniéndonos algo así “como el futuro del R´n´r”.

El material que tanto Chema como yo traíamos al local era cada vez más melódico, y Ricky tenía las pintas de cantante “underground”, pero no una voz particularmente melódica. Este giro hacía la melodía produjo también cierto desinterés en Ricky, que cantaba y leía el periódico simultáneamente en los ensayos, mientras el resto del grupo daba saltos y se empleaba a fondo. Cómo suele ocurrir, nadie mejor para cantar tus canciones que uno mismo, así que Ricky fue poco a poco arrinconado hasta que al final fue invitado a abandonar el grupo.

Pese a todo, Ricky contribuyó musicalmente y monetariamente a la grabación de nuestra primera maqueta de cuatro temas, donde cantaba un curioso tema titulado “Little boys”. La maqueta empezó a moverse, el grupo era ya un trío y comenzó una nueva era…

5 comentarios:

santipita dijo...

La era Insanity Wave... todo tal como sucedió. Imagino que todo ganó impulso cuando álguien descubrió que el alcohol no mejora la pericia instrumental de nadie. La banda se llama Insanity Wave porque me hicieron caso... Si se lo hubieran hecho al padre del Moro (que nos debía adorar) serían los fabulosos BIG MAC MIERDA (Oye, tampoco está mal del todo).
Estoy orgulloso de haber aportado mi granito de inoperancia musical, y chico, siempre podré decir que tuve mi banda de R´n´R...uouo!

Anónimo dijo...

Pero yo al padre de "El Moro" siempre le entendí porque su hijo le saludaba cuando llegabamos a su casa con un cariñoso "Hola hijo de puta"; curioso. Colman, yo no leía el periódico porque en aquella época no sabía leer, eso lo aprendi en la Legión Extranjera

Anónimo dijo...

...pareceis los abuelos cebolleta del rock and roll, y esto lo digo sin animo de criticar. Lo que hay que agradecer al diablo es lo bien que lo habeis superado..casi todos
La leyenda de insanity no debe parar, que nos hace pasar muy buenos momentos

Unknown dijo...

Yo creo que lo que leia Ricky eran revistas guarras.
La crónica de la gestación de maqueta amarilla viene en breve. ¿De verdad estáis preparados?
Santi saca la lengua!!!!!!!!!!

Luciernaga dijo...

Muy bien por Santi por el nombre de insanity wave, esta que ni pintado